viernes, diciembre 12, 2008

Festina lente

desequilibros dijo...

He editado, compuesto, maquetado, corregido, impreso... muchos libros. (Y sigo en ello). Pese al esfuerzo empleado, siempre aparecía alguna errata inesperada. Como dice la ley de Murphy, la errata más grande sólo se detecta sobre el impreso.
Un consultor en temas de calidad tenía una frese excelente para afrontar misiones imposibles: "hay que aprender a convivir con la miseria".
En mi opinión, no nos queda más remedio que convivir con la miseria de las erratas. Por las razones que expones en tu post.

Saludos


Hay que ser generosos con un mismo ser generoso con uno mismo, a la manera de El malogrado, aspirar a la perfección no es una condena, debiera ser un gozo. Hay, de cierto, que aprender a convivir con la realidad, y eso, bien es cierto, incluye algunas miserias.

Comparemos el asunto de las erratas con los accidentes aéreos. Cuando aparece una errata, nadie, al menos hasta donde conozco, hace una investigación sobre el asunto, por lo cual las deficiencias de los procedimientos que permitieron específicamente esa errata, y todas las de su tipo, nunca son encontradas. Se perpetúan. En el caso de los aviones, pueden tardar dos años, si es necesario, para llegar a la conclusión de que tal o cual parte es defectuosa, o tal o cual procedimiento está mal concebido y permite errores, con lo cual se crea una norma o se cambia la tal pieza y ese error específico, ese tipo de errores, no vuelve a suceder. Por eso hay, estadísticamente, tan pocos errores. Los aviones, pese a nuestros miedos, se caen poco.

Siempre hago dos comparaciones en la editorial. La primera, el despegue de un avión. Para evitar errores, la tripulación hace una comprobación exhaustiva por medio de una lista de que todo lo que debe funcionar en verdad funcione. Casi nadie lo hace en el medio editorial. Debe hacerse al original electrónico del libro, digamos, una revisión asistida por computadora (pasarle el diccionario, dicen en mi pueblo) antes de enviarlo a formación (aun cuando el que envíe y reciba sea la misma persona). Deben hacerse cinco lectura de las pruebas, al menos por dos personas distintas. Después de capturar las correcciones, alguien debe verificar que todas las correcciones se capturaron, todas, y todas, también, de manera correcta. Los errores se cantan (de hecho digo, las pendejadas se gritan, pero es mi modo de ser) lo que significa que si alguien descubre un error propio o ajeno (la mayoría tiende a gritar sólo los ajenos) de inmediato entera a todos para tomar medidas correctivas, e insisto en ello, sobre el texto, no sobre quien se equivocó (fantasía de muchos). Después de todos esos trabajos, las erratas existen, y nunca investigamos. Además, y no deja de ser muy importante, alquien tiene la última palabra. Y ese alguien es el editor, para eso existe. El libro debe ser fiel al escritor, pero está hecho para el lector. Esa mediación es responsabilidad completa del editor, por esa razón tiene la última palabra.

Y luego salen las urgencias y los plazos. Entonces hago la segunda comparación, que hacía un amigo hace años y le aprendí: las salas de urgencia de los hospitales. En las salas de urgencias todo es rápido, y no pocas veces, de vida o muerte. Luego entonces, la urgencia no es pretexto para el error, pues las salas de urgencia no servirían para nada. ¿Cómo logran hacer bien las cosas? Por procedimientos, todos saben lo que tienen que hacer, todos saben como hacerlo bien y todos lo hacen coordinadamente.

Así y todo, los libros tienen erratas. Incluso en sus portadas. Festina lente, es nuestro lema, como editores. Lento avanzas más rápido...

Bien dices, de cualquier manera, hay que aprender a convivir con ellas, a falta de presupuesto, tiempo y paciencia para investigar las causas de cada una de ellas...

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