martes, mayo 30, 2006

Precios y saldos

En burlas veras me decía hace tiempo un amigo editor: en México, debemos comenzar a editar saldos. Porque el precio, al parecer, incide en la compra, contra todos los dogmas y opiniones establecidos. La teoría clásica nos dice: como sólo existe un ofertante, habida cuenta de que los derechos de autor no se comparten, puedo establecer el precio que sea si soy ese ofertante. Claro, la excepción es la de los libros cuyo contenido está libre de derechos, donde la competencia tiende a bajar los precios. El estudio de la cámara es sorprendente por eso mismo, aun cuando exista monopolio en la oferta, el aumento de precios baja la venta. En los otros casos, sería interesante hacer algún análisis. Hace poco escuchaba en una librería el diálogo entre el vendedor y cierta compradora: ¿cuál es la diferencia?, preguntaba sobre tres ediciones del mismo título. El vendedor trataba de explicarle las diferencias de traducción, de cuidado de edición y de calidad de los materiales. Optó por lo más barato, pues lo otro pertenece al reino de los intangibles. Pero imaginemos que la traducción es la misma, como sucede en muchos casos de traducciones de clásicos de domunio público. ¿Cómo elegir? Para quien debe comprar el libro, por motivos escolares, lo ideal es comprar el más barato, aunque si existiera alguna edición propiamente escolar, con glosario y guía de lectura y algunos resúmenes, quizás la prefiriera. La red está llena de búsquedas de resúmenes, glosarios y definiciones. Un buen resumen de Pedro Páramo, ¿de qué trata La peor señora del mundo? Y las ediciones escolares casi no existen en nuestro país. Por no hablar de las enormes variaciones entre ediciones de la misma obra. Los sonetos de sor Juana, por poner un ejemplo, fueron editados, como tales, por Xavier Villaurrutia en Nueva Cultura, con una dosis veneranda de erratas y deslices, mismos que se han ido perpetuando, desde errores ortográficos hasta errores en la fijación del texto, pues no disponía de todos los elementos para hacerlo. Si se compulsa la obra completa del Fondo de Cultura Económica, de Méndez Plancarte, ser verán las variaciones y las malas asignaciones. La antología de Villaurrutia, curiosomante, era una obra comercial, aunque suene extraño y, lo más sorprendente, no es de dominio público, aunque a nadie parece preocuparle mucho. Ya Ermilio Abreu Gómez había caminado antes de Villaurrutia en la fijación del texto, quien también hizo algunas ediciones de sor Juana.

Te muestras voluptuosa e imprudente, dice la antología de Villaurrutia de los poemas de Rebolledo. Las Obras reunidas, ediadas hace poco, enmiendan el error: Te muestras voluptuosa e impudente. Cultura y Nueva Cultura hicieron época pese a que lo mucho que hicieron lo hicieron con poco. De nuevo: el precio.

He pensado mucho el asunto del precio y cada día estoy menos cierto de nada. Pensaba antes que en México existían varios mercados definidos, por una parte el mercado que compra precio, es decir, que no le importan los intangibles sino la calidad mínima por el precio mínimo. Por otra parte, el mercado ilustrado, por llamarlo así, que compra libros por su contenido. Incide, desde luego, el precio, pero tiene la opción de la fotocopia, de la biblioteca y, digámoslo tal cual es, el mercado negro, producto no tanto de la piratería cuando del robo programado. Incluye, pero no se agota, en el público universitario. Por otra parte, el libro de colección, digamos, el de bibliófico y el de aforno, bonito y caro, para un público cada uno harto específico. No pienso en el libro de texto, que tiene otra lógica.

¿El mercado ilustrado se pasa al mercado de precio y vuelve al comprador de contenido casi un coleccionista? Así parece.

Frenta a la Biblioteca Lerdo de Tejada existe una papelería que estuvo cerrada por varios años, producto de una huelga alargada por ya nadie se acuerda cuál problema. Al recuperar su negocio, el dueño de la papelería decidión rematar lo que había dentro, en rigor, basura añeja. Con altavoces pregonaban sus vendedoros: todo a diez pesos. Fue tal su éxito que ahora vende todo a diez pesos. Lo que venda es lo de menos. Ése es el mercado del precio en su máxima expresión.

En las primeras ferias del libro del Zócalo, no había luz eléctrica en las carpas, y en la noche ya nadie veía nada, pues la luz de la plaza apenas llegaba dentro de las carpas. Un amigo vendía en una mesa libros a diez pesos. La gente, a obscuras, se los llevaba.

¿Hacer una colección de puro precio? Quizá. Quizá.

¿Hacer una colección de puro precio con excelentes contenidos? Quizá.

¿Hacer una colección de excelentes contenidos a un precio excelente? Mejor. Siempre y cuando se recuerde que no hay libro más caro que el que no se vende.

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