martes, febrero 21, 2006

Y... ¿qué es al final de cuentas un libro?

Borges, siempre citable, declara al libro, además de instrumento espiritual, extensión de la memoria. Pero en ese sentido estricto, en ese sentido popperiano del mundo 3, como con simplismo lo llamó, parecen ya no estar solos, tanto el libro como Borges.

Me pasé el día pensando en algunas notas distintivas del libro, y no he llegado a ninguna conclusión, sino a muchas dudas e, incluso, alguna que otra angustia, pero al menos puedo anotar lo siguiente:

1. Ventana al conocimiento. Es decir, en cuanto extensión de la memoria, nos permite tener a la mano la mayor parte del conocimiento producido por la humanidad. Claro, en este caso comienza a asomar la nariz la computadora en contraposición al mundo impreso.

2. Medio de entretenimiento. Cada vez pierde más ese carácter, pues existen desde la televisión y el cine hasta los videojuegos y la pornografía, que para todos los gustos hay. No es momento de hacer confesiones, pero en algún momento de mi vida traductora terminé haciendo pruebas para Barbara Carland, la editorial, desde luego, y me encantaba el asunto muy kitch de las series de amor: médicos y enfermeras, pilotos y azafatas, etc., pues vendían, como en el cine, fantasías generales. Prometo no contarles mi vida, pero también hice pruebas para escribir guiones para Y el chofer y sus algo que no me acuerdo, pero otro título de la serie era El maestro y sus chalanas, digamos, versiones nacionales de esas fantasías. Luego, medio de entretenimiento por medio de las fantasías, cuya mayor proporción corresponde al cine y la televisión.

3. Alimento espiritual, no se me ocurre otro nombre, desde la Biblia hasta el New age, pasando por el budismo, la aromaterapia, y muchos etcéteras de distintos niveles y rigores, como en todas las categorías.

4. Instrumento de placer. Y aquí es donde me gustó alojarme, me dedico a los libros, como editor, como lector y como coleccionista, no acaparador, por el placer que me deparan. Claro, son una ventana al conocimiento, pero cada día prefiero Internet para obtenerlo, son medio de entretenimiento, pero prefiero el cine, y son alimento espiritual, desde luego, pero muy poco en mi caso. Ante todo, instrumento de placer. Y ahí, me parece, radica el problema de la decadencia, si queremos decirlo grandielocuentemente, de la letra impresa. Hemos dejado de obtener, socialmente, placer de la letra impresa, o de la letra en general, de la palabra, pues, y cada día nos interesa más, o estamos más condenados, a obtener placer visual, momentáneo y transitorio. La palabra requiere paciencia y tranquilidad.

¿Y si los nacidos a fines del siglo XX son la última generación de la letra impresa?

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