miércoles, febrero 08, 2006

Erratas momentáneas

Los copistas, a diferencia de los tipógrafos, incurrían en errores, por cansancio, por ignorancia o, incluso, por mala fe. Si de la mesa a la boca se cae la sopa, de la lectura a la copia se olvida la palabra y se pone una por otra. No tengo a la mano ahora el libro de quien, con base en ese hecho sencillo, intentó refutar la teoría de los lapsus de Freud. Claro, a diferencia de los tipógrrafos, no por otra razón que se cuidaban esos errores, quizás cometidos por las mismas razones, pero que podían remediarse en primeras, segundas o enésimas lecturas de las famosas pruebas de imprenta. De ahí el horror y molestia ante las erratas, pues todo libro, todo buen libro, presupone un equipo. Ahora, con las bitácoras o blogs y las ediciones digitales, el asunto se torna más complicado y más, mucho más, sencillo. Complicado porque nunca se termina de saber cuándo acaba una edición. En cualquier momento se puede cambiar o corregir cualquier detalle. Lo mismo pasaba con los libros copiados, que tenían un alto grado de confiabilidad, pero también un problema de legibilidad. Quizá la palbra que se lee sólo se lea en esa copia que descansa en nuestras manos. Hay discusiones sobre ciertas palabras en ciertos libros, producto de esas sutilezas. Con la imprenta el asunto cambió, y hasta las erratas se volvieron más confiables. Que incluso sirven para identificar ciertas ediciones. Ahora, si alguien lee esta bitácora el día de hoy y la vuelve a leer mañana, puede encontrar cambios, que regreso a los textos y encuentro errores de dedo y errores de cerebro, desde luego, e intento mejorarlos, o empeorarlos, según se vea. Pero entonces la errata se vuelve huidiza, volátil, en extremo momentánea, producto del azar feliz y el ojo interrogante. Quizá, entonces, no muera nunca el libro, pero de cierto, están muriendo las erratas. ¿Enhorabuena? ¿Enhoramala?

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