lunes, enero 30, 2006

Anatomía de la melancolía o los paseos del alma

Hércules de Sajonia, en su Tractatus posthumus de melancholia, tratado del cual no conozco más que la cita breve que relataré adelante, tomada del grande Roberto Burton, aquel Demócrito melancólico que escribió, para amortiguar la suya bilis negra, su atendible y curiosísima Anatomía de la melancolía, decía pues, Hércules sajónico es de los pocos en notar que hay melancólicos para quienes su melancolía es por demás agradable y, paradoja de paradojas, en su melancolía no hay en sentido estricto tristeza alguna, sino gozo.
Y de todas las enfermedades, que Plinio cuenta en más de trescientas, desde la coronilla hasta la planta del pie, pocas tan extrañas, para los antiguos, como la cólera negra, la melancolía, locura sin fiebre, que tiene como compañeros al temor y la tristeza.
Y en verdad, a veces estar triste es muy alegre, cuando la cólera negra no obscurece el ánimo más que en su certero sazón de atemperar el alma para dejar gozar el puro y pleno paroxismo de la tristeza chocolatera, como la llamamos en nuestras tardes de inclinadas mansedumbres, cuando el humor mayúsculo que oscurece los sentidos internos (el sentido común, el entendimiento y la fantasía, según los clásicos tan citados por el amigo Burton) tiene la dosis justa para ser gozosa.
Para su cura, desde luego, pensaban en las comidas hechas. Cuentan los antiguos por medio de don Roberto, que Heródico escribió un libro enorme Sobre las dietas donde, a más de intentar clasificar todos los humanos alimentos, también hizo por prevenir las enfermedades. Ya Hipócrates había dicho, sabiamente como acostumbraba hacerlo, en De la medicina antigua, que si los enfermos pudieran comer lo mismo que los sanos nunca hubiera nacido la medicina. Y el tal Heródico calificó el pensamiento, de manera sorprendente para alguien tan preocupado por la terrenal existencia, como paseo del alma. Y en ese paseo es donde la modernidad intentó curar la bilis negra, pero ninguno tuvo razón del todo, que no tanto la ingesta de humores, cuanto su producción de neurotrasmisores, han logrado atemperar la bilis negra. O los inhibidores de los recapturadores de la serotonina o la norepinefrina, que desde luego controlan esa biblis negra y, también, como ya habían señalado los antiguos, controlan los temores, trasmutados en cotidianos ataques de pánico, para cuya cura recetan, muchas veces, dosis mayores de anticoléricos negros. Homenajeemos entonces a Hércules de Sajonia por notar tan bien como lo hizo, y a don Roberto Burton por contárnoslo, de la melancolía dichosa, finis terrae de todos los melancólicos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Y mientras llega el finis terrae de todos los melancólicos seguiremos escribiendo poemas que tal vez no valgan de a dos centavos por verso, pero cómo ayudan...un poco más que los paseos del alma.

Cuando ya no pueda más,
dejaré caer trombas de tristeza bajo mi sombra,
arrojaré vacíos de esperanza contra el pasado,
derramaré cantos de lágrimas sedientas sobre el suelo,
despertaré silencios ahogados entre gritos.

Dejaré de correr en círculos,
plantaré mis pies firmes sobre la tierra
y descansaré todo el peso de mi inmortalidad sobre tu espalda.

Hildrun

Saludos y un 10/10 por el escrito.

Alfredo Herrera Patiño dijo...

Cuánta gentileza, Hildrum.

Un abrazo

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